Relato de un viaje eterno
El siguiente relato de los últimos dÃas de un niño fue publicado en el BoletÃn de la S.P.R. norteamericana, dirigido por el Dr. James H. Hyslop (vol. XII, núm. 6), y la Srta. H.A. Dallas(véase The Nurseries of Heaven, de Vabe Owen y Dallas, Londres, 1920, pág. 117) transcribió un relato considerablemente abreviado, del que damos a continuación un resumen:
Daisy Irene Dryden nació en Maryswill, Yuba County (California) el 9 de septiembre de 1854 y murió en San José (California), el 8 de octubre de 1864, a la edad de diez años y veintinueve dÃas.
Su madre escribe: En el verano de 1864, Daisy fue atacada de fiebre biliar. Después de cinco semanas de enfermedad, la fiebre la abandonó, y durante dos semanas pareció seguir recobrando fuerzas. SonreÃa y cantaba, y volvÃa a parecer la misma, hasta que una tarde su padre, que se encontraba junto a su lecho, advirtió una expresión singular en su semblante. Reflejaba a la vez alegrÃa y asombro. Su mirada se dirigÃa hacia un punto situado encima de la puerta. Su padre le preguntó: "Daisy, ¿qué es? ¿Qué es lo que ves?" Ella contestó dulcemente: "Es un espÃritu, es Jesús, que dice que yo voy a ser uno de sus corderos." "SÃ, hija mÃa, -dijo su padre-, yo espero que seras uno de sus corderos." "¡Oh, papá! -exclamó ella-.¡Me voy al cielo, hacia Él!" Aquella noche la niña cayó con enteritis, y sólo vivió cuatro dÃas. Durante las primeras veinticuatro horas sufrió mucho, no pudiendo tomar alimento, ni agua, ni medicinas. Pasado ese tiempo, tuvo escasos dolores. Su pobre cuerpecito habÃa quedado en realidad tan extenuado, que poco le quedaba a la enfermedad para ensañarse. Pero su espÃritu se mostraba muy activo y notablemente claro. Sus facultades parecÃan agudizadas. Recordaba versos que habÃa aprendido en el colegio, pues siempre le habÃa gustado aprenderse poesÃas de memoria. Y cuando
Lulú le cantaba himnos de la Doctrina, ella decÃa cómo se llamaba el cántico y la página en que se encontraba.
Le gustaba que le leyéramos los Evangelios. Yo leà en el de San Juan: "Es conveniente para vosotros que me vaya, pues si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si parto, yo os lo enviaré." A esto ella alzó la vista y me miró celestialmente diciendo: "Mamá, cuando yo me vaya, el Consolador vendrá a vosotros, y quizá me deje venir a mà también algunas veces. Yo le preguntaré a Allie acerca de esto." Después de aquello repitió esta misma frase a menudo cuando no se creÃa segura de algo.
Allie era un hermano suyo que hacÃa siete meses habÃa pasado a la otra vida, a la edad de seis años,vÃctima de la escarlatina. Éste debió de estar con la niña gran parte del tiempo durante aquellos tres últimos dÃas, porque cuando le hacÃamos preguntas que no podÃa responder, solÃa decir: "Esperad a que venga Allie y se lo preguntaré." En esta ocasión sólo esperó un momento, y luego dijo: "Dice
Allie que puedo venir a vosotros algunas veces. Dice que es posible, pero que no os enteraréis cuando esté aquÃ; pero puedo hablaros a través del pensamiento."
Como he dicho, Daisy permaneció al borde de la muerte durante tres dÃas, después de pasar las primeras veinticuatro horas de agonÃa. Su armazón fÃsico estaba tan extenuado que apenas podÃa retener en su endeble abrazo el espÃritu, que se nos mostraba, por asà decirlo, a través del tenue velo de la extenuada carne que lo envolvÃa. Durante este tiempo vivió en ambos mundos, según lo expresaba ella misma. Dos dÃas antes de que nos dejara vino a verla el Superintendente de la Escuela Dominical. Ella le habló con gran desenvoltura acerca de su marcha y envió un mensaje por conducto suyo a la Escuela Dominical. Cuando iba a marcharse, el Superintendente dijo: "Bien,Daisy, pronto habrás pasado el rÃo oscuro". Cuando éste se marchó, ella le preguntó a su padre lo que significaba el "rÃo oscuro". Él trató de explicárselo, pero ella dijo: "Todo eso es un error. No hay ningún rÃo, no hay ninguna cortina, ni siquiera hay una lÃnea que separe esta vida de la otra." Y sacando sus manitas del lecho, dijo gesticulando: "Ésta está aquÃ, y ésa está allÃ. Yo sé que es asÃ, porque puedo veros a todos vosotros al mismo tiempo que los veo ahà a ellos." Nosotros le pedimos que nos dijera algo de aquel otro mundo y lo que le parecÃa, pero ella dijo: "No puedo describirlo.
Es tan diferente, que no os lo podrÃa hacer comprender."
Una mañana en que me encontraba en la habitación poniéndola en orden, la Sra. W., una de nuestras amables vecinas, estaba leyéndole estas palabras del Nuevo Testamento: "No se turbe vuestro corazón. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Yo voy a prepararos un lugar." (San Juan, XIV, 1 y 2.) Daisy hizo notar: "Moradas quiere decir casas, y yo no veo allà casas de verdad.
Pero hay lo que serán lugares para encontrarse unos a otros. Allie habla de ir a tal o cual lugar, pero no dice nada de casas. Mire, quizás el Evangelio hable de moradas para que creamos que vamos a tener una morada en el cielo, y quizás cuando yo vaya allà encuentre un hogar. Y si es asÃ, las flores y los árboles celestiales que tanto me gustan aquà -pues ya los veo y veo que son más hermosos que cuanto os podáis imaginar-estarán también allÃ." Yo le dije: "Daisy, ¿no sabes que la Biblia habla del cielo como si fuera una hermosa ciudad?" Y ella repuso: "Yo no veo una ciudad." Y añadió con expresión intrigada: "No sé. Quizás tenga que ir allà primero."
La Sra. W., nuestra amable vecina, la que le habÃa leÃdo a Daisy sobre las moradas, y que estuvo con nosotros mucho tiempo, le habló a la Sra. B., otra vecina suya, acerca de la clarividencia de Daisy. La Sra. B. era una señora que no creÃa en un estado futuro. Por otra parte, se hallaba sumida en una gran congoja, porque acababa de perder a su marido y a un hijo de unos doce años de edad que se llamaba Bateman. Una noche vino con la Sra. W., y sentándose junto al lecho empezó a hacer preguntas.
Daisy dijo: "Bateman está aquÃ. Dice que vive y está bien. Se encuentra en un lugar tan bueno, que no volverÃa a su casa por nada del mundo. Dice que está aprendiendo a ser bueno. "Entonces la Sra. B, dijo: "Pregúntale si ha visto a su padre."
Daisy repuso: "Dice que no, que no está aquà y le está diciendo a usted: "Madre, no te aflijas por mÃ. Ha sido mejor que no creciera." Esta comunicación dio que pensar a la madre, que se convirtió en una firme creyente en la vida futura.
A la mañana siguiente, hallándose sola con Daisy, la Sra. W., que era quien habÃa llevado a la Sra.B., le preguntó a Daisy cómo podÃa saber que el hijo de la Sra. B. era feliz. "Pues cuando vivÃa aquà -le dijo-ya sabes que era un niño muy malo. ¿No te acuerdas que solÃa blasfemar y robaros los juguetes y romperlos? Ya sabes que no le dejábamos jugar contigo ni con mis niños por lo malo que era." Daisy repuso: "¡Oh, Aunty! ¿No sabe usted que nunca siguió la Doctrina y que siempre se le
oÃa blasfemar? Bien sabe Dios que no tenÃa muchas probabilidades."
Aquel mismo dÃa se hallaba sentada junto a ella la profesora de la Doctrina, la Sra. H., que nos hizo también no poca compañÃa, cuando Daisy le dijo: "Sus dos hijos están aquÃ." Estos niños habÃan pasado a la otra vida varios años antes, y si hubieran seguido viviendo, ahora estarÃan desarrollados casi por completo. Daisy no habÃa oÃdo nunca a nadie hablar de ellos, y su madre no tenÃa retratos suyos, por lo que ella no podÃa haber sabido absolutamente nada acerca de ellos antes de verlos en el mundo espiritual. Cuando se le pidió que los describiera, su descripción, que los mostraba ya desarrollados, no coincidió con la idea que la madre tenÃa de ellos, por lo que ésta dijo: "¿Cómo puede ser eso? Eran niños cuando murieron." Daisy contestó: "Dice Allie que los niños no siguen siendo niños, sino que crecen como lo hacen en esta vida." Entonces la Sra. H. dijo: "Pero mi hijita Mary se cayó y se hirió de tal modo que no se podÃa tener derecha." A lo que repuso Daisy: "Ahora está perfectamente. Está derecha y es muy hermosa, y su hijo tiene un aspecto noble y feliz."
Una vez dijo: "¡Oh, papá! ¿No oyes? Están cantando los ángeles. SÃ, debes oÃrlo, pues la habitación está llena y yo los veo, hay muchÃsimos. Puedo mirar en una distancia de millas y millas."
La Sra. W., a la que ya se ha mencionado y que habÃa perdido a su padre poco tiempo antes, quiso saber si Daisy le habÃa visto, y le trajo un retrato para ver si le reconocÃa. Pero cuando volvió por la noche, Daisy le dijo que no le habÃa visto, y que Allie, al que le habÃa preguntado por él,tampoco le habÃa visto, pero que le habÃa dicho que preguntarÃa por él a alguien que pudiera contestarle.
Un momento después dijo: "Allie está aquà y me dice: Dile a Aunty que su padre quiere encontrarle en el cielo, pues está aquÃ." Entonces la Sra. W. dijo: "Daisy, ¿por qué no tuvo Allie noticias inmediatas de mi padre?”Porque -repuso ella- los que mueren pasan a estados o lugares diferentes y no se ven unos a otros constantemente. Pero todos los buenos se encuentran en el estado de los benditos."
Durante estos últimos dÃas de su enfermedad le gustaba a Daisy que su hermana Lulú le cantara canciones, sobre todo los cánticos de la Doctrina. Lulú le cantó una canción cuyo estribillo era:
"¡Oh angelitos, venid! Venid y rodeadme y en vuestras nÃveas alas llevadme a mi morada inmortal." Cuando Lulú terminó, Daisy exclamó: "¡Oh, Lulú! ¿No es extraño? ¡Siempre habÃamos creÃdo que los ángeles tenÃan alas! Pero es un error; no las tienen." Lulú replicó: "Pero tienen que tener alas,pues si no, ¿cómo bajan volando del cielo?" "¡Oh! No vuelan -repuso ella-. Vienen simplemente.
Cuando yo pienso en Allie, está aquÃ."
Una vez inquirà yo: "¿Cómo ves los ángeles?" Ella repuso: "No los veo constantemente, pero cuando los veo, las paredes parecen disiparse y puedo ver hasta muy lejos. No se podrÃa empezar a contar la gente, unos están cerca y los conozco, a otros no los he visto nunca."Mencionó el nombre de Mary B., la hermana de la Sra. S., que fue vecina nuestra en Nevada City,y dijo: "Ya sabes que tenÃa una tos muy mala, pero ahora está bien y muy guapa y me está sonriendo."Yo estaba entonces sentada junto a su lecho, teniéndole cogida una mano. Alzando hacia mà su
mirada pensativa, me dijo: "Mamá querida, quisiera que pudieras ver a Allie. Está de pie a tu lado."Involuntariamente yo miré en derredor, pero tras esto Daisy prosiguió: "Allie dice que no puedes verle porque los ojos de tu espÃritu están cerrados, pero que yo sà puedo porque mi cuerpo sólo retiene mi espÃritu, por asà decirlo, por un hilo de vida." Entonces inquirà yo: "¿Lo ha dicho eso ahora?" "SÃ, ahora mismo", repuso ella. Luego maravillándome de que pudiera estar conversando
con su hermano cuando yo no notaba el menor indicio de conversación, le ije: "Daisy, cómo le hablas a Allie? Yo no te oigo ni veo que se muevan tus labios. Ella repuso sonriendo: "Hablamos con el pensamiento." Entonces volvà a preguntarle: "Daisy, ¿qué aspecto tiene Allie? ¿Parece llevar ropas?" A i' lo que ella repuso: "¡Oh, no! No lleva ropas como las nuestras. Parece estar envuelto en algo blanco, hermoso, muy bonito, fino y reluciente; pero sin ningún pliegue, ni señal de un hilo,
por lo que no es un tejido. Pero le da un aspecto encantador. Entonces su padre citó una frase de los Salmos: "Está vestido de luz como atavÃo." Y la niña repuso: "¡Oh, sÃ, eso es!"Hablaba a menudo de la muerte Y ParecÃa tener una impresión tan vÃvida de su vida y felicidad futuras, que el temor de la muerte habÃa sido desechado por completo. El misterio de la partida del alma ya no era para ella un misterio. Era únicamente una continuación de la vida, un tránsito de la vida terrena al aire y el esplendor del cielo.
La mañana del dÃa en que murió me pidió que le dejara un pequeño espejo. Yo titubeé, creyendo que la vista de su extenuado rostro podrÃa ser un choque para ella. Pero su padre sentándose junto a ella, advirtió: "Deja que se vea su pobre carita siquiera." Entonces se lo di. Cogiendo el espejo con s dos manos ella contempló un rato su imagen serena Y tristemente. Por último dijo: Este cuerpo
mÃo o ya esta gastado. Es como ese vestido viejo de mamá que está colgado en el gabinete. Ella no lo lleva ya más y yo tampoco llevaré más mi cuerpo, porque tengo un nuevo cuerpo espiritual que lo sustituirá. En realidad ya lo tengo ahora, pues r con mis ojos espirituales veo el mundo celestial, mientras mi cuerpo está todavÃa aquÃ. Dejaréis mi cuerpo en la sepultura, porque yo no lo necesitaré más. Fue hecho para mi vida aquÃ, y ahora esta vida llega a su fin y este pobre cuerpo quedará
abandonado y tendré un cuerpo hermoso como el de Allie." Luego me dijo a mÃ: "Mamá, abre las ventanas y déjame contemplar el mundo por última vez. Antes de que llegue otra mañana ya me habré ido."
Mientras yo atendÃa su cariñoso ruego ella le dijo a su padre: "Levántame, papá." Entonces,sostenida por su padre, miró a través de la ventana, cuyas maderas habÃa yo abierto, y exclamó: Adiós, cielo. Adiós, árboles. Adiós, flores. Adiós, rosa blanca. Adiós, rosa roja.
Adiós, mundo hermoso." Y añadió: "¡Cuánto me gusta, pero no quiero quedarme!"
Aquella noche, a las ocho y media, ella misma miró la hora y advirtió: "Ahora son las ocho y media. Cuando sean las once y media, Allie vendrá a por mÃ."
En aquel momento se encontraba reclinada sobre el pecho de su padre con la cabeza apoyada en su hombro. Ésta era su posición favorita, pues le permitÃa descansar. Entonces dijo: "Papa, quiero morir asÃ. Cuando llegue el momento ya te lo diré."
Lulú habÃa estado cantándole canciones, y como a las ocho y media solÃa acostarse, se
levantó para irse. Inclinándose sobre Daisy como siempre hacÃa la besó diciendo: "Buenas noches." Daisy sacó la mano, y golpeándola tiernamente en la cara le repuso: "Buenas noches." Cuando Lulú se encontraba a la mitad de las escaleras, Daisy le gritó con voz clara, dulce y ferviente: "Buenas noches y adiós, querida y dulce Lulú."A eso de las nce y cuarto Daisy dijo: "Ahora, papá, cógeme. Allie ha venido a por mÃ."Cuando su padre la hubo cogido, ella nos pidió que cantáramos. Acto seguido alguien dijo:
"Llamad a Lulú", pero Daisy contestó presurosa: "No la turbéis, está durmiendo." Y luego, justamente cuando las agujas del reloj señalaban las once y media, la hora en que ella habÃa anunciado que Allie vendrÃa a por ella, alzó ambos brazos y dijo: "Ven, Allie", y no respiró más.
Luego, al dejar sobre la almohada su cuerpo querido pero exánime, su padre exclamó: "La querida niña se ha ido." Y añadió: "Ya no sufrirá más.
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