Proactividad

Una vez, en Sacramento, cuando hablaba sobre el tema de la proactividad, una mujer del público se puso de pie en medio de mi disertación y empezó a decir algo muy excitada. El público era muy numeroso, y cuando algunas personas se volvieron a mirarla, ella de pronto tomó conciencia de lo que estaba haciendo, se azoró y volvió a sentarse. Pero parecía resultarle difícil contenerse, y siguió hablando con la gente que tenía alrededor.

Se la veía muy feliz.

Aguardé una pausa con impaciencia para poder averiguar qué había sucedido. En cuanto tuve la
oportunidad me acerqué a ella y le pedí que contara su experiencia.

«No puede imaginar lo que me ha ocurrido» —dijo—. «Trabajo como enfermera para el hombre más miserable e ingrato que pueda imaginarse. Nada de lo que haga es suficiente para él. Nunca lo aprecia, ni siquiera me lo reconoce. Constantemente me acosa y encuentra defectos en todo lo que hago. Por culpa de este hombre mi vida es desgraciada y a menudo descargo mi frustración sobre mi familia. Las otras enfermeras sienten lo mismo. Casi rezamos para que lo echen.

»Y usted tuvo el descaro de plantarse allí y decir que nada puede herirme, que nadie puede herirme sin mi
consentimiento, y que yo elijo mi propia vida emocional de infelicidad... Bien, en modo alguno podía yo aceptar
esa idea.

»Pero seguí pensando sobre ello. Realicé una verdadera introspección, y empecé a preguntarme: ¿Tengo el poder de elegir mi respuesta?

»Cuando por fin comprendí que en realidad tengo ese poder, cuando me tragué esa amarga píldora y comprendí que yo había elegido ser desgraciada, también comprendí que podía elegir no serlo.

»En ese momento me puse de pie. Me sentía como si me estuvieran dejando salir de San Quintín. Quería gritarle a todo el mundo: "¡Soy libre! ¡Salgo de la cárcel! ¡Nunca más voy a dejarme controla!



S t e p h e n R . C o v e y

0 comentarios